Parte de mi trabajo en varias empresas ha consistido en hacer selección de personal. No sé quién me vió potencial para hacer esto. ¿O será que a todo mundo se lo proponen y todos se niegan, excepto yo?
El caso es que he intentado -infructuosamente- hacer esta selección de personal de la manera más profesional que he podido: les hago una breve entrevista, les aplico un examen, luego lo califico, e intento sacar mis conclusiones de la manera más objetiva posible (“se ve que tiene empuje, no conoce mucho la teoría pero tiene habilidad para la resolución de problemas”, etc).
Quizás sea sólo yo, pero creo que un examen para seleccionar personal debe ser difícil. No debería durar mucho -para evitar el cansancio mental y la trampa-, y no debe basarse en el conocimiento de trucos o habilidades específicas para el puesto. Según yo, debe tener mucho más que ver con la habilidad para resolver problemas, de una forma u otra. Claro que si necesito alguien que programe en Java, no me basta con saber que puede escribir el algoritmo de las torres de Hanoi (aunque pensándolo bien, con eso bastaría). Es decir: todo con medida.
Por ejemplo: tuve una experiencia que fue desastrosa. Diseñé un examen que tenía unas quince preguntas, en el rango de difíciles a medianas. Cuando empezaron a llegar los resultados, me sorprendí tristemente: nadie sacaba más de 3 de calificación. Y siempre respondían las mismas preguntas. Apliqué unas diez veces este examen, con resultados similares. Empecé a preguntarme si no estaba siendo irrealmente exigente, y lo consulté con mi compañeros. Todos coincidieron en que claro, esta y esta y esta sí las resolverían, quizás esta no, pero definitivamente estas otras sí. Mmhhh. Aquí había gato encerrado.
Reduje el número de preguntas. Quité las más difíciles y dejé las que, otra vez según yo, condensaban las cualidades mencionadas antes. Las calificaciones aumentaron, pero otra vez todos estaban respondiendo bien las mismas preguntas y mal las mismas. Y lo peor es que estas últimas eran las preguntas que más me interesaban. Grrrr. Diseñé un nuevo examen. Busqué en internet ejemplos de preguntas ingeniosas que no requirieran quince años de experiencia. Otra vez lo mismo. Dos veces alguien respondió la pregunta clave correctamente y me emocioné como niño. Seleccionamos a esos dos chavos y resultaron ser, por cierto, bastante buenos.
Moraleja: el examen SÍ debe ser difícil, y las preguntas que exigen pensar SÍ funcionan para seleccionar programadores.